martes, 10 de mayo de 2011

Carta sin destinatario

Nunca había visto tu cara, por ende nunca pude haberte soñado de la forma en la que lo hice, con una urgencia de ti como si se tratara de vida o muerte tu abrazo, tu beso. Digamos que amanecí con la vaga idea que dormía a tu lado y que tu presencia era fuerte e infinita, lástima que nunca te dije hola porque ahora no tengo a quién decirle adiós.

Si te escribo es porque las palabras se atoran en mi pecho y me impiden respirar, porque llevo todo el día pensando en lo poco prudente que sería escribirte. Hay mil y un historias para contarte de todo lo que vivimos juntos, recordarte esas memorias perdidas que quizá nunca imaginaste vivir y que te decidas por fin a quedarte aquí.

Pero también es una despedida, porque me rehúso a seguir soñando con alguien que nunca estará, porque una cara borrosa y un corazón que está a punto de explotar por tantas emociones no merezco, porque tú siendo como eres, tan extraño e indiferente nunca sabrás que te sueño, te siento, te veo, te huelo, te espero. Porque si algo aprendí de tu sombra, es que la espalda siempre es mejor que un rostro lleno de lágrimas, que si no te reconozco cuando camino por la calle es porque tú jamás me reconociste cuando caminamos al lado.