Las puertas se abrieron y aquellos que nunca habían probado la libertad se vieron sumergidos en un mundo de placeres innimaginables al alcanze de su mano. Sólo debían estirar sus dedos, abrirs sus ojos, abrir sus bocas y respirar profundo, porque en aquel sitio sólo estaban ellos y sus deseos.
Tan egoistas que, bueno, para qué mentir, se ignoraban entre ellos, como si todo lo que veían fuese la presa que servirían a la cena y quizá, si sobreviven, compartan. Igual no era la naturaleza de ellos pensar en alguien más, no es como si compartir placeres fuera lo mismo que darle parte de la galleta a alguien más. Permitir que otro se acercara a su placer, era dejar que conocieran todo aquello que esconde y le avergüenza; me sorprendió lo mucho que se apenaban de lo que eran.
Ella de soñar con esclavos, él de soñarla desnuda, aquel otro, el menudito, sí e medio rubio soñaba con dulces. El que era serio y de expresión dura, al parecer, se moría por entregarse a esposas de peluche rosa. Nada novedoso, de verdad, lo único curioso era esa apariencia de ser del común, sin sueños, ni ilusiones, ni cariños, ni esperanza, ni amores, ni verdades, ni mentiras. La crueldad de aquel sitio era tan grande que podía decirse que era hermosa, imponente, como cuando sólo se ve esa leve curva de la sonrisa con ese aire macabro, que sabe que después vendrá un dolor tan fuerte que es real. Tan real como todos vivían.
Lo más adorable, amoroso, amable, era ese sentimiento de confidencia que generaba el engaño, las puñaladas en las espaldas de los otros, las máscaras cargadas de afecto. ¡Bellísimo aquel show de hipocresía creciente! Nunca pude hablar más de tres palabras con los visitantes, su apego al mundo 'real' era tal, que preferí quedarme a una distancia que me permitiera observar sus vacaciones.
Y entre tanto placer, tanta lágrima, tanta risa y tanta hipocresía, algunos parecían ser ellos entre las sábanas de la habitación principal, entre las flores del jardín....
continuará